jarochilandio
Bovino de la familia
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El Economista
10 Febrero, 2013 - 21:27
Credito: Laura Vargas-Parada
Gabriela Dutrénit insiste: el desarrollo no puede olvidar a los 50 millones de pobres del país. Foto: Teresa Osorio (FCCyT)
En México, no sólo la inversión que se realiza en ciencia, tecnología e innovación es insuficiente, además el ambiente es adverso a la generación de empresas de base tecnológica y científica, con trabas fiscales y burocráticas, sin capitales de riesgo y falta de comunicación entre los sectores.
En el centro de la discusión está la importancia de la innovación como elemento clave de la política científica y tecnológica nacional. Las razones están a la vista. Los países que más innovan tienen mayor competitividad, lo que favorece el crecimiento económico. Alemania y Corea del Sur son ejemplos bien conocidos.
A principio de año, el Banco Interamericano de Desarrollo, el Banco Mundial, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) volvieron a poner el tema sobre la mesa durante el Foro México 2013: Políticas públicas para un desarrollo incluyente, que se realizó en enero.
La innovación ocurre cuando un invento o conocimiento se transforma en una solución o servicio que puede comercializarse de forma exitosa. Es la forma en que un país capitaliza su propiedad intelectual y en gran medida está ligado al conocimiento que resulta de la investigación científica. “Lo que queremos, en última instancia, es que el país crezca para que la población esté mejor, para que haya bienestar social”, dice Gabriela Dutrénit, coordinadora general del Foro Consultivo Científico y Tecnológico AC.
“La innovación se puede basar en nuevo conocimiento generado en universidades y centros de Investigación o puede basarse en conocimiento ya existente a partir del cual se elaboran nuevos productos o procesos”, explica la doctora Dutrénit. “El actor de la innovación es la empresa porque la innovación se asocia muy directamente con la competitividad”, agrega.
Sin embargo, a pesar de programas y financiamientos, el camino no es nada fácil.
UN CAMINO LLENO DE ESPINAS
“Nosotros salimos de una incubadora de negocios (financiada con apoyo del estado de Morelos). Nos graduamos a tiempo y con bombo y platillo”, cuenta Enrique Reynaud, investigador del Instituto de Biotecnología de la UNAM y joven emprendedor que en el 2008 fundó, junto con otros académicos e investigadores, la empresa Biohominis. “Hicimos todo lo que nos dijeron que teníamos que hacer y, sin embargo, no fue garantía de que íbamos a funcionar”.
Biohominis dedicada al “diagnóstico genético molecular de impacto médico y antropológico”, como aún se puede leer en su página web, se creó con un fondo de casi 12 millones de pesos, de los cuales la mitad vino de los ahorros de los científicos y el resto, de un apoyo del Instituto de Ciencia y Tecnología de la Ciudad de México. “Dejamos de operar en diciembre del 2012 -explica el doctor Reynaud- tuvimos ingresos, tuvimos ventas. Abrimos fuentes de trabajo, tuvimos productos, vendimos, pero claro, nos gastamos más en hacerlo y al final la cuenta es negativa”.
A pesar del fracaso, el doctor Reynaud está convencido de que “con más experiencia hubiéramos podido hacerlo mejor y con un medio ambiente menos agresivo. El sistema fiscal y financiero es tan costoso que nuestro capital semilla se quedó una buena parte congelado o se perdió”.
Miguel Chávez Lomelí, director de Negocios de Innovación del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), considera: “En el ecosistema de la innovación una de las cosas que aún tenemos que desarrollar en el país es cómo ayudar a morir a las empresas”. Actualmente, explica el maestro Chávez, “el sistema es persecutorio, el empresario acaba en la cárcel o en la lista negra. No te vuelven a dar dinero. Sin embargo, las estadísticas son claras: un empresario que fracasó tiene menos probabilidades de volver a fracasar en un segundo intento”.
En otros países, se ayuda a la empresa para lograr un cierre sano que permita cumplir las obligaciones fiscales y el pago de adeudos a los proveedores evitando entrar así al Buró de Crédito. De esta forma, la quiebra no es un impedimento para acceder a nuevos financiamientos. Además, en estos países los capitales de riesgo juegan un papel muy importante para impulsar la innovación. “Si comparas el número de empresas de capital de riesgo en México con las que hay en Brasil estamos 20 veces abajo”, dice el maestro Chávez.
“Los capitales de riesgo saben que van a perder nueve de cada 10 apuestas. Pero con una que funcione tendrán suficiente retorno a su inversión -explica el doctor Reynaud-. Para ofrecerte el dinero te piden una serie de reglas. Si cumpliste con todas los reglas y requisitos, te dieron el capital, quiebras y luego tienes otra idea no te van a castigar. Al contrario, te apapachan para que lo vuelvas a hacer, porque ya tienes experiencia, ya invirtieron en ti y eso es algo que no existe en México, al menos hasta donde yo sé”.
Un punto clave del proceso para fomentar la creación de nuevas empresas innovadoras (startups) es vencer la resistencia que existe para que los propios científicos –investigadores, estudiantes y profesores— usen el conocimiento derivado de la investigación básica para producir ganancias. Para el maestro Chávez es vital que “nos vacunemos contra esta idea de que la ciencia no debería meterse con las empresas o que los científicos no deberían estar vendiendo su conocimiento. Tenemos que cambiar la cultura”.
Otros lo han hecho, con resultados sorprendentes.
El estudio “Stanford University’s Economic Impact via Innovation and Entrepreneurship”, publicado en octubre del 2012, estima que las compañías fundadas por estudiantes y profesores de la Universidad de Stanford en EU generan ventas globales anuales por 2.7 billones de dólares.
La Universidad de Stanford, en California, es mundialmente conocida como un centro líder en la generación de conocimiento e innovación –de su campus han salido más de 54 laureados Nobel y más de 40,000 compañías –como Google, Yahoo!, Hewlett-Packard, Cisco Systems, Tesla Motors, Gap, Nike, Netflix- que en los últimos 80 años han creado 5.4 millones de trabajos.
Reynaud explica: “Cuando la Universidad de Stanford ve que algo tiene potencial lo patenta, financia a las empresas, les da un capital semilla de riesgo y se queda con un porcentaje de la empresa. De ahí que en la actualidad, la principal fuente de ingresos de esta universidad son los dividendos de las empresas de su capital accionario”.
UNA POLÍTICA DE ESTADO
La innovación es un fenómeno transversal. Por un lado, se encuentra el Conacyt, organismo gubernamental descentralizado responsable del diseño de las políticas de ciencia, tecnología e innovación (CTI). Por el otro, diversos actores de la sociedad. “El FCCyT es una asociación civil que representa a las comunidades de CTI en el proceso de construcción de política pública”, explica la doctora Dutrénit “y su función es dar asesoría sobre estos temas”.
En la innovación también participan diversas secretarías de Estado, siendo la Secretaría de Economía una de las más visibles a través de su participación en el Comité Intersectorial de Innovación.
En septiembre del 2012 se presentó ante el Presidente electo el documento “Hacia una Agenda Nacional en Ciencia, Tecnología e Innovación”, en el cual se propone un conjunto de medidas para fortalecer la vinculación entre los diversos actores de la innovación como instituciones de educación superior, centros públicos de investigación, empresas, productores agropecuarios y el sector público. El documento destaca la necesidad de contar con una estrategia de reformas legales e incentivos.
Para el Consejo Coordinador Empresarial, el tema de los estímulos fiscales es vital para que la Iniciativa Privada pueda invertir en innovación y desarrollo tecnológico, de acuerdo con lo dicho por su presidente Gerardo Gutiérrez Candiani el pasado 28 de enero.
“En la mayoría de los países que compiten a nivel internacional existen estímulos fiscales a la investigación y desarrollo tecnológico. Está más que probado que eso estimula a la inversión privada”, explica Dutrénit. “En México lo empezamos en el 2001, pero en los siete años (que duró el esfuerzo) no dejó de ser un programa piloto”, agrega.
Hasta ahora, la propuesta del FCCyT para reincorporar a la política pública un sistema competitivo de estímulos fiscales a la investigación y desarrollo es la más trabajada. “Lo que falta es consensuarla un poco más”, dice Dutrénit. “En última instancia lo que queremos es que haya más competitividad, que el país crezca, pero queremos que crezca para que la población esté mejor”.
En este punto Dutrénit es enfática: se puede llegar a un bienestar social a través de un proceso de desarrollo que incluya a los que actualmente están excluidos. “El tema no es sólo que los que están bien estén mejor, el tema es cómo incluir a los 50 millones de pobres que tiene este país”.
EL DATO
El gasto promedio destinado a Investigación y Desarrollo como porcentaje del PIB para los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) es mayor al 2.3%, el de México ha sido inferior al 0.5%, de acuerdo al documento México Reformas para el Cambio publicado en enero de 2012.
Fuente
10 Febrero, 2013 - 21:27
Credito: Laura Vargas-Parada

Gabriela Dutrénit insiste: el desarrollo no puede olvidar a los 50 millones de pobres del país. Foto: Teresa Osorio (FCCyT)
En México, no sólo la inversión que se realiza en ciencia, tecnología e innovación es insuficiente, además el ambiente es adverso a la generación de empresas de base tecnológica y científica, con trabas fiscales y burocráticas, sin capitales de riesgo y falta de comunicación entre los sectores.
En el centro de la discusión está la importancia de la innovación como elemento clave de la política científica y tecnológica nacional. Las razones están a la vista. Los países que más innovan tienen mayor competitividad, lo que favorece el crecimiento económico. Alemania y Corea del Sur son ejemplos bien conocidos.
A principio de año, el Banco Interamericano de Desarrollo, el Banco Mundial, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) volvieron a poner el tema sobre la mesa durante el Foro México 2013: Políticas públicas para un desarrollo incluyente, que se realizó en enero.
La innovación ocurre cuando un invento o conocimiento se transforma en una solución o servicio que puede comercializarse de forma exitosa. Es la forma en que un país capitaliza su propiedad intelectual y en gran medida está ligado al conocimiento que resulta de la investigación científica. “Lo que queremos, en última instancia, es que el país crezca para que la población esté mejor, para que haya bienestar social”, dice Gabriela Dutrénit, coordinadora general del Foro Consultivo Científico y Tecnológico AC.
“La innovación se puede basar en nuevo conocimiento generado en universidades y centros de Investigación o puede basarse en conocimiento ya existente a partir del cual se elaboran nuevos productos o procesos”, explica la doctora Dutrénit. “El actor de la innovación es la empresa porque la innovación se asocia muy directamente con la competitividad”, agrega.
Sin embargo, a pesar de programas y financiamientos, el camino no es nada fácil.
UN CAMINO LLENO DE ESPINAS
“Nosotros salimos de una incubadora de negocios (financiada con apoyo del estado de Morelos). Nos graduamos a tiempo y con bombo y platillo”, cuenta Enrique Reynaud, investigador del Instituto de Biotecnología de la UNAM y joven emprendedor que en el 2008 fundó, junto con otros académicos e investigadores, la empresa Biohominis. “Hicimos todo lo que nos dijeron que teníamos que hacer y, sin embargo, no fue garantía de que íbamos a funcionar”.
Biohominis dedicada al “diagnóstico genético molecular de impacto médico y antropológico”, como aún se puede leer en su página web, se creó con un fondo de casi 12 millones de pesos, de los cuales la mitad vino de los ahorros de los científicos y el resto, de un apoyo del Instituto de Ciencia y Tecnología de la Ciudad de México. “Dejamos de operar en diciembre del 2012 -explica el doctor Reynaud- tuvimos ingresos, tuvimos ventas. Abrimos fuentes de trabajo, tuvimos productos, vendimos, pero claro, nos gastamos más en hacerlo y al final la cuenta es negativa”.
A pesar del fracaso, el doctor Reynaud está convencido de que “con más experiencia hubiéramos podido hacerlo mejor y con un medio ambiente menos agresivo. El sistema fiscal y financiero es tan costoso que nuestro capital semilla se quedó una buena parte congelado o se perdió”.
Miguel Chávez Lomelí, director de Negocios de Innovación del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), considera: “En el ecosistema de la innovación una de las cosas que aún tenemos que desarrollar en el país es cómo ayudar a morir a las empresas”. Actualmente, explica el maestro Chávez, “el sistema es persecutorio, el empresario acaba en la cárcel o en la lista negra. No te vuelven a dar dinero. Sin embargo, las estadísticas son claras: un empresario que fracasó tiene menos probabilidades de volver a fracasar en un segundo intento”.
En otros países, se ayuda a la empresa para lograr un cierre sano que permita cumplir las obligaciones fiscales y el pago de adeudos a los proveedores evitando entrar así al Buró de Crédito. De esta forma, la quiebra no es un impedimento para acceder a nuevos financiamientos. Además, en estos países los capitales de riesgo juegan un papel muy importante para impulsar la innovación. “Si comparas el número de empresas de capital de riesgo en México con las que hay en Brasil estamos 20 veces abajo”, dice el maestro Chávez.
“Los capitales de riesgo saben que van a perder nueve de cada 10 apuestas. Pero con una que funcione tendrán suficiente retorno a su inversión -explica el doctor Reynaud-. Para ofrecerte el dinero te piden una serie de reglas. Si cumpliste con todas los reglas y requisitos, te dieron el capital, quiebras y luego tienes otra idea no te van a castigar. Al contrario, te apapachan para que lo vuelvas a hacer, porque ya tienes experiencia, ya invirtieron en ti y eso es algo que no existe en México, al menos hasta donde yo sé”.
Un punto clave del proceso para fomentar la creación de nuevas empresas innovadoras (startups) es vencer la resistencia que existe para que los propios científicos –investigadores, estudiantes y profesores— usen el conocimiento derivado de la investigación básica para producir ganancias. Para el maestro Chávez es vital que “nos vacunemos contra esta idea de que la ciencia no debería meterse con las empresas o que los científicos no deberían estar vendiendo su conocimiento. Tenemos que cambiar la cultura”.
Otros lo han hecho, con resultados sorprendentes.
El estudio “Stanford University’s Economic Impact via Innovation and Entrepreneurship”, publicado en octubre del 2012, estima que las compañías fundadas por estudiantes y profesores de la Universidad de Stanford en EU generan ventas globales anuales por 2.7 billones de dólares.
La Universidad de Stanford, en California, es mundialmente conocida como un centro líder en la generación de conocimiento e innovación –de su campus han salido más de 54 laureados Nobel y más de 40,000 compañías –como Google, Yahoo!, Hewlett-Packard, Cisco Systems, Tesla Motors, Gap, Nike, Netflix- que en los últimos 80 años han creado 5.4 millones de trabajos.
Reynaud explica: “Cuando la Universidad de Stanford ve que algo tiene potencial lo patenta, financia a las empresas, les da un capital semilla de riesgo y se queda con un porcentaje de la empresa. De ahí que en la actualidad, la principal fuente de ingresos de esta universidad son los dividendos de las empresas de su capital accionario”.
UNA POLÍTICA DE ESTADO
La innovación es un fenómeno transversal. Por un lado, se encuentra el Conacyt, organismo gubernamental descentralizado responsable del diseño de las políticas de ciencia, tecnología e innovación (CTI). Por el otro, diversos actores de la sociedad. “El FCCyT es una asociación civil que representa a las comunidades de CTI en el proceso de construcción de política pública”, explica la doctora Dutrénit “y su función es dar asesoría sobre estos temas”.
En la innovación también participan diversas secretarías de Estado, siendo la Secretaría de Economía una de las más visibles a través de su participación en el Comité Intersectorial de Innovación.
En septiembre del 2012 se presentó ante el Presidente electo el documento “Hacia una Agenda Nacional en Ciencia, Tecnología e Innovación”, en el cual se propone un conjunto de medidas para fortalecer la vinculación entre los diversos actores de la innovación como instituciones de educación superior, centros públicos de investigación, empresas, productores agropecuarios y el sector público. El documento destaca la necesidad de contar con una estrategia de reformas legales e incentivos.
Para el Consejo Coordinador Empresarial, el tema de los estímulos fiscales es vital para que la Iniciativa Privada pueda invertir en innovación y desarrollo tecnológico, de acuerdo con lo dicho por su presidente Gerardo Gutiérrez Candiani el pasado 28 de enero.
“En la mayoría de los países que compiten a nivel internacional existen estímulos fiscales a la investigación y desarrollo tecnológico. Está más que probado que eso estimula a la inversión privada”, explica Dutrénit. “En México lo empezamos en el 2001, pero en los siete años (que duró el esfuerzo) no dejó de ser un programa piloto”, agrega.
Hasta ahora, la propuesta del FCCyT para reincorporar a la política pública un sistema competitivo de estímulos fiscales a la investigación y desarrollo es la más trabajada. “Lo que falta es consensuarla un poco más”, dice Dutrénit. “En última instancia lo que queremos es que haya más competitividad, que el país crezca, pero queremos que crezca para que la población esté mejor”.
En este punto Dutrénit es enfática: se puede llegar a un bienestar social a través de un proceso de desarrollo que incluya a los que actualmente están excluidos. “El tema no es sólo que los que están bien estén mejor, el tema es cómo incluir a los 50 millones de pobres que tiene este país”.
EL DATO
El gasto promedio destinado a Investigación y Desarrollo como porcentaje del PIB para los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) es mayor al 2.3%, el de México ha sido inferior al 0.5%, de acuerdo al documento México Reformas para el Cambio publicado en enero de 2012.
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