john4723
Bovino maduro
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- 30 Jul 2007
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- #1
EL MOTEL
Después del encuentro en su apartamento, todo cambió en la oficina. No había más disimulo. Las miradas eran descaradas, las sonrisas, cómplices, y nuestras conversaciones cargaban con una electricidad constante.
Fue ella quien mandó el mensaje un mediodía cualquiera: "Hoy no quiero besos suaves. Hoy quiero que me pegues una culeada como si no fuéramos compañeros de trabajo."
Adjunto al mensaje, la dirección de un motel.
Llegamos separados. Yo, ardiendo por dentro. Ella, con un vestido corto, sin sostén, y una mirada que desafiaba cualquier autocontrol. Me abrió la puerta de la habitación apenas toqué, y antes de que pudiera hablar, me empujó contra la pared y me besó con violencia.
Sus manos me desnudaron con urgencia, y cuando estuve completamente expuesto, ella se arrodilló, me masturbó con una mano y se metió mi glande en la boca mientras sus ojos no dejaban de mirarme. Era bruta, insaciable, y me hacía sentir completamente suyo.
La levanté con fuerza, la giré, y le levanté el vestido, dejando ver que no llevaba ropa interior. Su culo perfecto estaba justo frente a mí.
—Hazlo —dijo—. Métemela así, como un animal.
No lo dudé. La tomé de las caderas y la penetré de un solo golpe. Ella gritó de placer, apoyada contra la pared, mientras la embestía con fuerza, con mis manos agarrando fuertemente sus tetas, mis caderas chocando contra sus nalgas.
—¡Más! —gritaba—. ¡Dámela toda, no te detengas!
La llevé hasta la cama, la puse boca abajo y volví a metérsela sin suavidad. Cada gemido, cada jadeo suyo me encendía más. Me gritaba obscenidades, me decía que era sucio, que le encantaba cómo la usaba, que me había querido así desde el primer día.
La tomé del cabello, la mordí en el cuello, la penetré como solía penetrar a mis amantes en tiempos pasados.
Cuando acabé, ella se giró, sudada, el pelo enredado, las piernas temblando.
—Eso era lo que deseaba
Realmente lo deseábamos los dos. Yo ya no podía negar que empezaba a ser adicto a su cuerpo, no podía sacarla de mi mente, y trabajar con ella era realmente un infierno porque yo quería clavarla en todo momento, y ella me provocaba de muchas formas, me pasaba su culo por mi hombro, me agarraba la verga bajo la mesa o me dejaba su ropa interior en el cajón de mi escritorio
Después del encuentro en su apartamento, todo cambió en la oficina. No había más disimulo. Las miradas eran descaradas, las sonrisas, cómplices, y nuestras conversaciones cargaban con una electricidad constante.
Fue ella quien mandó el mensaje un mediodía cualquiera: "Hoy no quiero besos suaves. Hoy quiero que me pegues una culeada como si no fuéramos compañeros de trabajo."
Adjunto al mensaje, la dirección de un motel.
Llegamos separados. Yo, ardiendo por dentro. Ella, con un vestido corto, sin sostén, y una mirada que desafiaba cualquier autocontrol. Me abrió la puerta de la habitación apenas toqué, y antes de que pudiera hablar, me empujó contra la pared y me besó con violencia.
Sus manos me desnudaron con urgencia, y cuando estuve completamente expuesto, ella se arrodilló, me masturbó con una mano y se metió mi glande en la boca mientras sus ojos no dejaban de mirarme. Era bruta, insaciable, y me hacía sentir completamente suyo.
La levanté con fuerza, la giré, y le levanté el vestido, dejando ver que no llevaba ropa interior. Su culo perfecto estaba justo frente a mí.
—Hazlo —dijo—. Métemela así, como un animal.
No lo dudé. La tomé de las caderas y la penetré de un solo golpe. Ella gritó de placer, apoyada contra la pared, mientras la embestía con fuerza, con mis manos agarrando fuertemente sus tetas, mis caderas chocando contra sus nalgas.
—¡Más! —gritaba—. ¡Dámela toda, no te detengas!
La llevé hasta la cama, la puse boca abajo y volví a metérsela sin suavidad. Cada gemido, cada jadeo suyo me encendía más. Me gritaba obscenidades, me decía que era sucio, que le encantaba cómo la usaba, que me había querido así desde el primer día.
La tomé del cabello, la mordí en el cuello, la penetré como solía penetrar a mis amantes en tiempos pasados.
Cuando acabé, ella se giró, sudada, el pelo enredado, las piernas temblando.
—Eso era lo que deseaba
Realmente lo deseábamos los dos. Yo ya no podía negar que empezaba a ser adicto a su cuerpo, no podía sacarla de mi mente, y trabajar con ella era realmente un infierno porque yo quería clavarla en todo momento, y ella me provocaba de muchas formas, me pasaba su culo por mi hombro, me agarraba la verga bajo la mesa o me dejaba su ropa interior en el cajón de mi escritorio