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Fallece Nazar Haro, ex-jefe policiaco, torturador y asesino durante la guerra sucia

Ayrton Senna

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Nazar Haro, el guardián feroz, paranoico, prepotente… Jorge Carrasco Araizaga 30 de enero de 2012 Reportaje Especial MÉXICO, D.F. (Proceso).- Gente del sistema, implacable represor y torturador legendario, un viejo y acabado Miguel Nazar Haro, exdirector de la Federal de Seguridad, murió la semana pasada. Pese a que su estrella decayó hace más de 30 años y estuvo brevemente preso dos veces, nunca fue cabalmente castigado por los crímenes de lesa humanidad que cometió durante los años de la guerra sucia, en gran medida gracias a la protección que le dieron los gobiernos del PRI (que lo crearon) y del PAN. Feroz guardián del régimen del PRI, Miguel Nazar Haro murió el pasado jueves 26 a los 87 años bajo la protección del gobierno panista. Su profundo sentido de omnipotencia y frialdad, sus rasgos paranoides y su tendencia a manipular lo llevaron a justificar la actuación violenta que lo caracterizó como uno de los de más temidos represores durante la guerra sucia en México. La tortura, secuestro y desaparición forzada de personas que pesaron sobre él a su paso por la desaparecida Dirección Federal de Seguridad (DFS) y de la organización paramilitar Brigada Blanca las pudo superar no sólo por su “coeficiente intelectual superior al promedio” –según su perfil criminológico– sino por la protección que recibió de los “gobiernos del cambio y del combate a la delincuencia” del PAN. Los numerosos testimonios sobre sus actuaciones en los setenta y ochenta en defensa de la seguridad del sistema político del PRI se diluyeron en las oficinas de la Procuraduría General de la República (PGR). Su principal protector fue el general retirado Rafael Macedo de la Concha, quien como titular de la PGR durante el gobierno de Vicente Fox anuló a una inoperante Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (Femospp). Lo hizo a través de su coordinadora general de Investigación, Marisela Morales Ibáñez, actual titular de la Procuraduría, a propuesta de Felipe Calderón. No fueron los únicos que participaron en su exoneración. El camino a la impunidad se lo allanó la Secretaría de Seguridad Pública federal, que en 2004 elaboró un peritaje que lo clasificó como una persona con “baja capacidad criminal y alta adaptabilidad social”. A pesar de identificar rasgos narcisistas y paranoides y un profundo sentido de grandiosidad y omnipotencia, su “baja peligrosidad” fue el principal argumento que aportó el gobierno de Fox para terminar con los nueve meses de prisión que pasó en el penal de Topo Chico, acusado del secuestro y desaparición, en 1975, de Jesús Piedra Ibarra, hijo de la activista y actual senadora Rosario Ibarra de Piedra. “Baja peligrosidad” El perfil criminológico era necesario para sacarlo en definitiva de la cárcel. Mientras purgaba prisión preventiva en el penal de Topo Chico, una sospechosa reforma al artículo 55 del Código Penal Federal fue aprobada en la Cámara de Diputados. La modificación estableció que los mayores de 70 años pueden cumplir la prisión preventiva o definitiva en su domicilio, siempre y cuando no sean peligrosos ni prófugos. Elaborado en noviembre de 2004 por el Órgano Administrativo Desconcentrado de Prevención y Readaptación Social de la SSP federal, el peritaje fue benévolo con el expolicía que entonces tenía 80 años y quien llevaba décadas identificado como uno de los principales actores de la represión política en México. Hijo de inmigrantes libaneses que llegaron al país hace casi un siglo, en 1920, Miguel Nazar Haro nació en Pánuco, Veracruz el 26 de septiembre de 1924. Estudió la secundaria en una escuela católica, el Instituto Potosino, en San Luis Potosí. Acabó el bachillerato y se quedó en los primeros estudios de medicina y derecho. De acuerdo con su perfil psicológico siempre buscó ser una persona reconocida y poderosa. Encontró el camino en 1950 cuando ingresó al entonces Servicio Secreto de la Policía del DF. Tres años antes había sido creada la DFS, la policía política del régimen priista con la que tanto se identificó. Su primera tarea como policía fue infiltrar a la oposición al régimen. Lo hizo especialmente en 1952 durante la campaña presidencial del general revolucionario disidente del régimen Miguel Henríquez Guzmán, quien compitió contra el candidato oficial, Adolfo Ruiz Cortines. Desde fines de esa década estableció una estrecha relación con el gobierno de Estados Unidos, que lo capacitó en The Institute for Law Enforcement Admnistration (ILEA). En 1960 se incorporó a la DFS y fue asignado a la seguridad de los padres del entonces secretario de Gobernación, Gustavo Díaz Ordaz. La DFS formaba parte de la estructura de la Secretaría de Gobernación. En 1965, con Díaz Ordaz recién llegado a la Presidencia de la República, el entonces director de la DFS, el capitán Fernando Gutiérrez Barrios le dio la encomienda de infiltrar a los movimientos subversivos. Luis Echeverría Álvarez había sustituido a Díaz Ordaz en Gobernación. Frío y distante, según su perfil psicológico, Nazar Haro buscaba la perfección y ascenso laborales. En 1970 dio un paso importante cuando fue designado subdirector de la DFS y responsable del “grupo especial” de la policía política, ya en el gobierno de Echeverría. En 1976 ese grupo especial operativo se convirtió en la Brigada Blanca, una fuerza de más de cien efectivos de distintas corporaciones policiales y militares para “combatir” a los grupos subversivos, urbanos y rurales, surgidos tras las matanzas estudiantiles de 1968 y 1971. En 1978 ya en el gobierno de José López Portillo, asumió la dirección de la DFS. Fueron años de su esplendor como de policía del régimen. Ahí permaneció hasta enero de 1982, tres años antes de que la corporación desapareciera derruida por el narcotráfico y la corrupción. Él mismo contribuyó a su destrucción. En 1982 el FBI lo acusó formalmente de formar parte, desde 1975, de una banda integrada por agentes de la DFS dedicada al robo y contrabando de autos. La justicia estadunidense emitió una orden de arresto en su contra. Su permanencia en la DFS era insostenible. Renunció en enero de ese año y en abril fue detenido en San Diego por el FBI. Salió bajo fianza de 200 mil dólares. La prensa estadunidense publicó que Nazar Haro pudo regresar a México porque había sido informante de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) mientras dirigió la DFS. Autoritario, rígido y patriarcal, el policía que trabajó para el régimen autoritario del PRI era frío y distante, incluso con su familia, reveló el perfil psicológico al que este medio tuvo acceso (Proceso 1466). Siempre tuvo la convicción de que los demás no podían realizar ciertas tareas y funciones. El peritaje lo definió como una persona con un sentido de grandiosidad y omnipotencia, que buscó el éxito ilimitado y el poder con frialdad emocional; con poca o nula empatía; con una autoestima elevada al grado de sentirse único. El paranoide En sus rasgos paranoides su perfil lo describió como una persona desconfiada hacia los otros, con problemas de celopatía y preocupación por los actos de su esposa, hijos y amigos, a quienes vigiló de manera estrecha. También lo identificó como reacio a relaciones personales íntimas. Por el contrario, buscaba ser parte de grupos sumamente cerrados y altamente cohesionados. “El sujeto mostró una gran actitud defensiva… tratando de mostrar una autoimagen convencional, negando defectos individuales e intentado aparecer como una persona libre de conflictos personales”. A sus 80 años su perfil psicológico indicaba que su escala paranoica evidenciaba “a una persona que actúa con buena dosis de desconfianza hacia las actividades de los demás”, mientras que en sus relaciones interpersonales manifestaba “una gran dificultad para establecer relaciones que se caractericen por ser profundas, afectivas y duraderas”. El peritaje de la SSP federal anotó que el expolicía “intentó manipular la entrevista psicológica, desvirtuándola al hacer comentarios como: ‘mejor platiquemos’ o ‘¿de dónde viene usted?’ Cuando sentía que las cosas se salían de su control reaccionaba violentamente. Los médicos que lo examinaron reportaron que cuando no lograba controlar la entrevista “sus impulsos se mantienen subcontrolados… con el riesgo de que ante un evento que él perciba como desestabilizador o estresante, corre riesgo de manifestar un acto abrupto”. Refirieron que eso pasaba durante la aplicación de las pruebas cuando se levantaba de forma brusca después de sentir que no avanzaba y “aventaba el lápiz sobre la mesa”. Acostumbrado a ejercer el control, mantenía la calma cuando, sin previo aviso, era sometido a las evaluaciones. Cooperaba con los médicos, pero cuando le hacían preguntas comprometedoras se mostraba evasivo, pretextando problemas de oído. Pero en todo momento justificó sus actos como policía. Así quedó establecido en su perfil: “El ambiente laboral donde se desempeño contribuyó a satisfacer su necesidad de reconocimiento y ambición de poder, donde ejerció acciones severas y rígidas, sin importar los medios para lograr sus fines, racionalizando todo ello para justificar su proceder”. Tras dos meses prófugo, fue detenido en febrero de 2004 en la Ciudad de México e internado en el penal de Topo Chico, en Nuevo León, acusado de la desaparición de Jesús Piedra Ibarra. Nueve meses después, a fines de noviembre de ese año fue liberado bajo el beneficio de prisión domiciliaria y trasladado a la Ciudad de México. El titular del juzgado Cuarto de Distrito en Materia Penal de Nuevo León le otorgó el beneficio. Sin considerar a la Femospp, la PGR –a cargo entonces de Macedo de la Concha– apresuró el traslado. La mañana del domingo 28 de noviembre de 2004 envío un avión de la institución por el expolicía. Nazar Haro regresó a su casa del Distrito Federal escoltado por agentes de la AFI. Marisela Morales declaró que si no lo hubieran hecho de inmediato, el titular de la PGR habría caído en desacato judicial. Su fidelidad al régimen autoritario del PRI le fue compensada por los gobiernos del PAN. http://www.proceso.com.mx/?p=296488
Muere Miguel Nazar Haro, impulsor de la ‘guerra sucia’ en México El exdirigente policial era acusado de desapariciones en los años setenta Verónica Calderón Madrid 27 ENE 2012 - 19:58 CET7 Manifestantes en México denuncian desapariciones forzadas. / Miguel Sierra (EFE) En 2004, el exdirigente policial mexicano Miguel Nazar Haro fue arrestado por el secuestro y la desaparición de Jesús Piedra Ibarra, militante izquierdista, en abril de 1975. El hecho se interpretó como una señal de apertura del Gobierno de Vicente Fox, que acabó con la hegemonía del partido único que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) ostentó durante más de 70 años. Pero la madre del joven desaparecido, Rosario Ibarra de Piedra, recibió la noticia con escepticismo. “Una cosa es detener a una persona y otra es llevarla a un juicio justo”, afirmó a la BBC. No le faltaba razón. Un par de años después, Nazar Haro fue absuelto y salió en libertad. Y así murió, libre, la noche del jueves en la Ciudad de México tras un “coma depresivo”, según informaron familiares a medios mexicanos. Tenía 87 años. La detención de Nazar Haro en 2004, pese a infructuosa, fue simbólica. Era la primera vez que se detenía a uno de los implicados en la llamada “guerra sucia” ocurrida en México a finales de los años sesenta y principios de los setenta durante los Gobiernos de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) y Luis Echeverría (1970-1976). Años marcados por la represión contra las manifestaciones estudiantiles del 2 de octubre de 1968 y el 10 de junio de 1971 y la desaparición forzada de al menos 275 personas (algunas ONG elevan la cifra hasta más de 500). Una época en la que Nazar Haro fue protagonista. “Interrogador feroz”, lo definía el fallecido periodista mexicano Miguel Ángel Granados Chapa. Su cruel eficacia lo llevó hasta la extinta Dirección Federal de Seguridad, un cuerpo policial creado en 1947 para “preservar la estabilidad del país y combatir a grupos subversivos y terroristas” que funcionaba como policía secreta, puesto que ocupó entre 1978 y 1982. También fundó las Brigadas Blancas, un grupo paramilitar señalado como el ejecutor de la mayoría de los asesinatos y desapariciones. Y de alguna manera encontró el tiempo para servir como informante de la CIA, que lo mantuvo como fuente de información de movimientos izquierdistas en la región hasta los años ochenta. En EE UU fue acusado de proteger a una banda de ladrones de coches Para cuando fue separado del poder a los pocos meses de la presidencia de Miguel de la Madrid (1982-1986), Nazar Haro ya había cambiado de tercio delictivo. Se convirtió en protector de una banda dedicada al robo de coches en California y los traía a México. En su libro La Charola, el escritor Sergio Aguayo asegura que una investigación del FBI que ya acusaba a Nazar Haro fue archivada en 1981 bajo orden de la CIA. La protección se fue con el puesto. Una vez separado de su cargo, el exdirigente fue detenido en Los Ángeles. Salió en libertad condicional tras pagar una fianza de 200.000 dólares y volvió a México para nunca más poner un pie en EE UU. Pero que fuera perseguido por la justicia norteamericana no avergonzó lo suficiente al Gobierno mexicano que, en 1989, intentó reintegrarlo a los cuerpos policiales. “Nazar Haro es, para todos los efectos legales, un fugitivo de la justicia estadounidense”, aseguró tajante el entonces portavoz de la Embajada de Estados Unidos en México, William Graves. La muerte de Nazar Haro debilita la esperanza de familiares que, como Rosario Ibarra de Piedra —que de madre de una víctima devino en activista y senadora—, no han cesado de exigir justicia para sus seres queridos. “No se le juzgó”, se lamentó en entrevista con CNNMéxico. Nazar Haro murió en su casa rodeado de sus familiares. Los del joven militante Jesús Piedra Ibarra, casi 37 años después, lo siguen esperando. http://internacional.elpais.com/internacional/2012/01/27/actualidad/1327690709_179640.html
Para los que no tienen memoria y piensan que debe volverse a los tiempos del PRI o mantener al PAN, partido que ha sido cómplice de la impunidad y que protegió a criminales como este señor. Nazar Haro fue el resultado de una guerra provocada por verdaderos imbéciles seguidores del McCartysmo, que veían de color rojo a cualquier movimiento social y político que estuviera a favor de las clases desfavorecidas, movimentos que regularmente tenían tintes de izquierda o hasta comunistas y por tanto, considerados "enemigos de la libertad". La promesa de Fox de castigar a este tipo de criminales se quedo solo en eso: en una promesa para hacer creer al pueblo que el "nuevo regimen" cambiaría las cosas.
 
Toda una fichita el señor. No entiendo cómo nos hablan los candidotes de prisión vitalicia para este tipo de 'personas' y de un renovado RIP. Si nada hicieron cuando pudieron, ¿Por qué habrían de hacerlo ahora?
 
Nazar Haro te fuiste sin pagar tus crímenes, quedaste impune de tus asesinatos pero tu familia se ha quedado para ser una paria social, y nunca dejaremos que México olvide que las personas como tu y su descendencia son un asco para nuestro país.
 
De niño me chutaba partes de la revista Impacto (algo parecido al proceso de hoy) :mota: y ahi se hablaba de el, tambien en la excelente trilogia titulada tragicomedia mexicana se habla de su negro andar por la vida del México actual.
Mínimo, antes de morir, hubiera dado una entrevista destapando a los culpables.
 
Preguntas para tener en cuenta para las próximas elecciones federales: ¿Qué partdio político lo creó y qué partidopolítico le garantizó impunidad?

a) El pri y el pan
b) El pri y el pan
c) las dos anteriores.
 
Bueno; al final de cuentas tendremos que pagar la factura.... Y la de el ha de estar un poco grande.

No se dónde ubicarlo; en el 7 u 8 circulo del infierno segun Dante de aligheri, pero cualsea su castigo la verdad esta escalofriante...
 
Solo para recordar la clase de monstruo que era el tal Nazar Haro. Y recuerden, amiguitos, cada que dicen que Fox gobernó sobre vivos y muertos para traerles libertad de expresión, recuerden a estas personas que sí murieron para defenderla.

Nazar Haro… “El Flaco y El Piojo”

MÉXICO, D.F. (apro).- El Jefe pone la boca de la Mágnum en el centro mismo de tu frente.

–Ahora sí, Flaquito, te llevó la chingada. Que conste que te di chance.

–Míralo al güey –escuchas la voz ronca de un agente policiaco–, se está cagando. Qué valientes son estos mierderos comunistas. Si no es a traición, valen madre.

u u u

Hacía tres, cuatro días, cómo precisar, Ramón había sido capturado por agentes de la Brigada Blanca cuando repartía ejemplares de Madera, el órgano de propaganda de la Liga Comunista 23 de Septiembre, en la zona fabril de Naucalpan, en el área conurbada de la ciudad de México.

Descendió al inframundo tan temido por los guerrilleros mexicanos. Desde que a golpes brutales lo subieron a una camioneta cámper, Ramón conoció el catálogo completo de la tortura policiaca. Nada dijo. El voto de silencio era sagrado. No lo rompió ni siquiera cuando a empujones y mentadas fue llevado al patio central del sombrío edificio, pura y helada piedra gris, de la Federal de Seguridad. Ahí estaba la Tita, con la frente estrellada por el tiro de gracia. Desnudos, amoratados, igualmente muertos a tiros, yacían El Guerra y el más joven de la brigada de propaganda de la Liga, Ernesto.

A punto de la náusea, Ramón se volteó y trató de retirarse. Brazos de hierro lo retuvieron. Los agentes lo obligaron a identificar los cadáveres de sus compañeros, uno a uno, lentamente. A puñetazos y patadas lo regresaron al sótano donde nuevamente lo sometieron a las torturas de un interrogatorio que resultaba cansado incluso para los torturadores. Fue después de esa sesión cuando le anunciaron que de él se encargaría personalmente el Jefe.

u u u

Estás sentado frente al escritorio de caoba del Jefe, a la vista la hilera de aparatos telefónicos y de frente también, centrada en la pared, la enorme foto de un tigre de Bengala, símbolo de la Dirección Federal de Seguridad.

El Jefe termina una llamada, cuelga el auricular, y moviendo lentamente su cuerpo bajo, pesado, rodea el escritorio para detenerse ante ti. Toma tu barbilla con sus manos suaves, y te obliga a verte en sus ojos verde pálido. Te da un golpe leve con los nudillos del puño derecho.

–Háblame, hijo, háblame de ti. Háblame de tu hermana, a la que tanto quieres… –te dice envuelta la voz en terciopelo.

Por las ventanas penetra la luz fulgurante de la mañana invernal. Dos o tres agentes van y vienen silenciosos en torno tuyo. El Jefe te pone la mano sobre el hombro. Acaricia tu cuello, lo aprieta apenas y lanza un suspiro. De pronto parece recordar algo, regresa ante el escritorio, abre un cajón y levanta una cuartilla blanca.

–Mira qué linda carta –dice, con una sonrisa abierta–. Se la escribiste a tu hermana. Escucha: “Cecilia: ¿Te acuerdas hace un tiempo que dije que me ahogaba, que no podía más, que los muchachos me exigían una decisión? Creo que ya la tomé. Esto no tiene vuelta, no hay más que las armas, aunque te parezca idealista. No sé si tengamos oportunidad de hacer algo importante, algo que realmente contribuya a cambiar a este país. Lo que sí sé es que si no me voy con ellos nada tendrá sentido en mi vida. Total, lo peor es morir a balazos o ser torturado por esos hijos de la chingada. Lo mejor es que alguien, tú por ejemplo, me recuerde, nos recuerde en este esfuerzo por acabar con la injusticia”. Tienes buen estilo, mi Flaco, hasta a mí me emocionas. Cuánto más a tu hermana. Y a tu madre. Por cierto, sería muy fácil que las volvieras a ver. Dame el domicilio de una de las casas de seguridad del Piojo. De una sola. Bastaría con eso. A nosotros tú ya no nos sirves. Sálvate. Vuelve a abrazar a tu hermana y a tu mamá. Te aseguro que después todo quedará en el olvido. Te lo juro.

A través de tus párpados entrecerrados, abultados como los de un boxeador diez rounds después, observas al Jefe. Por tu mente pasa todo lo que tus compañeros comentaban acerca del personaje que encabeza la lucha contra los llamados grupos subversivos. Estás desconcertado. Nadie aludía a su voz aterciopelada, ni a la suavidad de unas manos que ahora te tocan las mejillas, como caricias, tu frente adolorida, tus labios amoratados.

–Mira güey, aquí Juan Manuel ya sabe quién es tu jefe inmediato y dónde está ahora. Pero quiero que tú nos ayudes a localizar al mero mero, al Piojo. Carajo, no necesitas más para salvar el pellejo…

De improviso, el peso brutal de un puño en el esternón te aplasta contra el respaldo de la silla. Sientes que te ahogas, que sobreviene el vómito, el vómito que no llega porque nada tienes en el estómago.

–Tan fácil que sería evitarte esto –dice el Jefe, mientras se frota los mismos nudillos con los que antes casi te acariciaba.

Levantas la cara. Te asomas a los ojos acuosos del Jefe.

–Tengo sed –musitas.

Como relámpago, uno de los agentes te arroja un vaso de agua en el rostro y exclama:

–Toma, ¡lámete cabrón¡ Y habla, hijo de la chingada o te lleva el carajo. Ya viste los cadáveres de tus pendejos compañeros. Habla ya…

–No le hagas al mártir –interviene de nuevo la voz pausada del Jefe–. Un mártir tiene ideales. Ustedes sólo quieren armar desmadre. ¿Mártires? Mártir el Che Guevara. Ese sí tenía güevos. Mira Flaco, porque te dicen Flaco, ¿no? Mira Flaco, lo sabemos todo de ti. Que naciste aquí, que estudiaste en el CCH, que tu padre abandonó a tu mamá y a los cuatro hermanos que son ustedes, que saliendo del CCH te metiste en esta onda, que perteneces a la brigada de propaganda de la liga de mierda, que eres bien cercano al Piojo y que sabes dónde está. Es más, has tenido diferencias con él. Te echaste, y dime si no, dos que tres de mis agentes y bastaría con eso para darte en la madre. Pero te ofrezco la oportunidad, carajo, dime dónde está el Piojo y te salvas, qué más te da, carajo.

Percibes el aroma a loción fina que desprende el rostro del Jefe, a unos cuantos centímetros de tu cara. Sus ojos clavados en los tuyos. Todo lo que te dijo es rigurosamente cierto.

–Ya me cansaste, pinche Flaco. De cualquier manera alguien cantará y agarraremos al Piojo. Ve diciendo tus oraciones… ¿O no? Porque así son ustedes, muy comunistas pero terminan encomendándose a diosito.

El Jefe toma una pistola de encima del escritorio. La reconoces. Es una Mágnum .380. Observas cómo la acaricia y cómo atenaza la culata con la mano derecha.

Los agentes se acercan. Uno de ellos, a quien el Jefe ha llamado Juan Manuel, de pelo rizado negro y bigote recortado, aspira su cigarrillo, exhala y el humo se ilumina a contraluz de una ventana que enmarca el azul pálido del cielo.

–Grita que vas a hablar, cabrón, grita, güey, no seas pendejo –te escupe Juan Manuel.

De haber querido, habrías sido incapaz de emitir palabra alguna. Sientes que el alma se te atraviesa en la garganta: un nudo imposible de deshacer. No puedes contener las lágrimas. No piensas. Cierras los ojos y escuchas apenas la respiración pausada del Jefe.

–Bueno, Flaquito, adiós –dice el Jefe–.

Adviertes con espanto que los esfínteres se te aflojan y que emana de tu cuerpo un repulsivo olor a mierda, aprietas los párpados aún más, crees imaginar el más allá, y no, no, no te arrepientes de nada…

Con la boca del cañón en tu frente, tensos los músculos y los nervios del brazo, fundidos la palma y los dedos de la mano derecha con la culata de la Mágnum, Miguel Nazar Haro aprieta el gatillo.

En el silencio de la habitación escuchas, multiplicado contra los muros, el inconfundible tronido seco de un disparo sin cartucho.

* Texto extraído del libro inédito Los años sucios.
 
Solo para recordar la clase de monstruo que era el tal Nazar Haro. Y recuerden, amiguitos, cada que dicen que Fox gobernó sobre vivos y muertos para traerles libertad de expresión, recuerden a estas personas que sí murieron para defenderla.

Nazar Haro… “El Flaco y El Piojo”

MÉXICO, D.F. (apro).- El Jefe pone la boca de la Mágnum en el centro mismo de tu frente.

–Ahora sí, Flaquito, te llevó la chingada. Que conste que te di chance.

–Míralo al güey –escuchas la voz ronca de un agente policiaco–, se está cagando. Qué valientes son estos mierderos comunistas. Si no es a traición, valen madre.

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Hacía tres, cuatro días, cómo precisar, Ramón había sido capturado por agentes de la Brigada Blanca cuando repartía ejemplares de Madera, el órgano de propaganda de la Liga Comunista 23 de Septiembre, en la zona fabril de Naucalpan, en el área conurbada de la ciudad de México.

Descendió al inframundo tan temido por los guerrilleros mexicanos. Desde que a golpes brutales lo subieron a una camioneta cámper, Ramón conoció el catálogo completo de la tortura policiaca. Nada dijo. El voto de silencio era sagrado. No lo rompió ni siquiera cuando a empujones y mentadas fue llevado al patio central del sombrío edificio, pura y helada piedra gris, de la Federal de Seguridad. Ahí estaba la Tita, con la frente estrellada por el tiro de gracia. Desnudos, amoratados, igualmente muertos a tiros, yacían El Guerra y el más joven de la brigada de propaganda de la Liga, Ernesto.

A punto de la náusea, Ramón se volteó y trató de retirarse. Brazos de hierro lo retuvieron. Los agentes lo obligaron a identificar los cadáveres de sus compañeros, uno a uno, lentamente. A puñetazos y patadas lo regresaron al sótano donde nuevamente lo sometieron a las torturas de un interrogatorio que resultaba cansado incluso para los torturadores. Fue después de esa sesión cuando le anunciaron que de él se encargaría personalmente el Jefe.

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Estás sentado frente al escritorio de caoba del Jefe, a la vista la hilera de aparatos telefónicos y de frente también, centrada en la pared, la enorme foto de un tigre de Bengala, símbolo de la Dirección Federal de Seguridad.

El Jefe termina una llamada, cuelga el auricular, y moviendo lentamente su cuerpo bajo, pesado, rodea el escritorio para detenerse ante ti. Toma tu barbilla con sus manos suaves, y te obliga a verte en sus ojos verde pálido. Te da un golpe leve con los nudillos del puño derecho.

–Háblame, hijo, háblame de ti. Háblame de tu hermana, a la que tanto quieres… –te dice envuelta la voz en terciopelo.

Por las ventanas penetra la luz fulgurante de la mañana invernal. Dos o tres agentes van y vienen silenciosos en torno tuyo. El Jefe te pone la mano sobre el hombro. Acaricia tu cuello, lo aprieta apenas y lanza un suspiro. De pronto parece recordar algo, regresa ante el escritorio, abre un cajón y levanta una cuartilla blanca.

–Mira qué linda carta –dice, con una sonrisa abierta–. Se la escribiste a tu hermana. Escucha: “Cecilia: ¿Te acuerdas hace un tiempo que dije que me ahogaba, que no podía más, que los muchachos me exigían una decisión? Creo que ya la tomé. Esto no tiene vuelta, no hay más que las armas, aunque te parezca idealista. No sé si tengamos oportunidad de hacer algo importante, algo que realmente contribuya a cambiar a este país. Lo que sí sé es que si no me voy con ellos nada tendrá sentido en mi vida. Total, lo peor es morir a balazos o ser torturado por esos hijos de la chingada. Lo mejor es que alguien, tú por ejemplo, me recuerde, nos recuerde en este esfuerzo por acabar con la injusticia”. Tienes buen estilo, mi Flaco, hasta a mí me emocionas. Cuánto más a tu hermana. Y a tu madre. Por cierto, sería muy fácil que las volvieras a ver. Dame el domicilio de una de las casas de seguridad del Piojo. De una sola. Bastaría con eso. A nosotros tú ya no nos sirves. Sálvate. Vuelve a abrazar a tu hermana y a tu mamá. Te aseguro que después todo quedará en el olvido. Te lo juro.

A través de tus párpados entrecerrados, abultados como los de un boxeador diez rounds después, observas al Jefe. Por tu mente pasa todo lo que tus compañeros comentaban acerca del personaje que encabeza la lucha contra los llamados grupos subversivos. Estás desconcertado. Nadie aludía a su voz aterciopelada, ni a la suavidad de unas manos que ahora te tocan las mejillas, como caricias, tu frente adolorida, tus labios amoratados.

–Mira güey, aquí Juan Manuel ya sabe quién es tu jefe inmediato y dónde está ahora. Pero quiero que tú nos ayudes a localizar al mero mero, al Piojo. Carajo, no necesitas más para salvar el pellejo…

De improviso, el peso brutal de un puño en el esternón te aplasta contra el respaldo de la silla. Sientes que te ahogas, que sobreviene el vómito, el vómito que no llega porque nada tienes en el estómago.

–Tan fácil que sería evitarte esto –dice el Jefe, mientras se frota los mismos nudillos con los que antes casi te acariciaba.

Levantas la cara. Te asomas a los ojos acuosos del Jefe.

–Tengo sed –musitas.

Como relámpago, uno de los agentes te arroja un vaso de agua en el rostro y exclama:

–Toma, ¡lámete cabrón¡ Y habla, hijo de la chingada o te lleva el carajo. Ya viste los cadáveres de tus pendejos compañeros. Habla ya…

–No le hagas al mártir –interviene de nuevo la voz pausada del Jefe–. Un mártir tiene ideales. Ustedes sólo quieren armar desmadre. ¿Mártires? Mártir el Che Guevara. Ese sí tenía güevos. Mira Flaco, porque te dicen Flaco, ¿no? Mira Flaco, lo sabemos todo de ti. Que naciste aquí, que estudiaste en el CCH, que tu padre abandonó a tu mamá y a los cuatro hermanos que son ustedes, que saliendo del CCH te metiste en esta onda, que perteneces a la brigada de propaganda de la liga de mierda, que eres bien cercano al Piojo y que sabes dónde está. Es más, has tenido diferencias con él. Te echaste, y dime si no, dos que tres de mis agentes y bastaría con eso para darte en la madre. Pero te ofrezco la oportunidad, carajo, dime dónde está el Piojo y te salvas, qué más te da, carajo.

Percibes el aroma a loción fina que desprende el rostro del Jefe, a unos cuantos centímetros de tu cara. Sus ojos clavados en los tuyos. Todo lo que te dijo es rigurosamente cierto.

–Ya me cansaste, pinche Flaco. De cualquier manera alguien cantará y agarraremos al Piojo. Ve diciendo tus oraciones… ¿O no? Porque así son ustedes, muy comunistas pero terminan encomendándose a diosito.

El Jefe toma una pistola de encima del escritorio. La reconoces. Es una Mágnum .380. Observas cómo la acaricia y cómo atenaza la culata con la mano derecha.

Los agentes se acercan. Uno de ellos, a quien el Jefe ha llamado Juan Manuel, de pelo rizado negro y bigote recortado, aspira su cigarrillo, exhala y el humo se ilumina a contraluz de una ventana que enmarca el azul pálido del cielo.

–Grita que vas a hablar, cabrón, grita, güey, no seas pendejo –te escupe Juan Manuel.

De haber querido, habrías sido incapaz de emitir palabra alguna. Sientes que el alma se te atraviesa en la garganta: un nudo imposible de deshacer. No puedes contener las lágrimas. No piensas. Cierras los ojos y escuchas apenas la respiración pausada del Jefe.

–Bueno, Flaquito, adiós –dice el Jefe–.

Adviertes con espanto que los esfínteres se te aflojan y que emana de tu cuerpo un repulsivo olor a mierda, aprietas los párpados aún más, crees imaginar el más allá, y no, no, no te arrepientes de nada…

Con la boca del cañón en tu frente, tensos los músculos y los nervios del brazo, fundidos la palma y los dedos de la mano derecha con la culata de la Mágnum, Miguel Nazar Haro aprieta el gatillo.

En el silencio de la habitación escuchas, multiplicado contra los muros, el inconfundible tronido seco de un disparo sin cartucho.

* Texto extraído del libro inédito Los años sucios.

Está muy grueso esto, de plano, la cruda realidad de nuestros "guardianes del orden"...
 
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