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Bovino de la familia
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¿Qué hace la televisión con nosotros?

Elementos para educar en una actitud crítica frente a la televisión
Elementos para educar en una actitud crítica frente a la televisión
Quien informa tiene el poder
Quien informa tiene el poder
Los tiempos que corren podrían ser definidos como la era de la información. El estar informado se considera algo muy importante, casi una necesidad básica. Las personas que no tienen acceso a los medios de comunicación (TV, radio, diarios y revistas, Internet) quedan excluidas de la sociedad o ven notablemente disminuidas sus posibilidades de realización.
La mejor manera de evitar la manipulación de los medios es enseñar cómo ellos influyen sobre nosotros y ejercitar nuestro juicio crítico ante lo que nos transmiten. Analicemos, por ejemplo, el caso de los efectos negativos de la televisión.
Efectos sobre la mente de los telespectadores
Ver televisión no requiere un esfuerzo mental especial, a diferencia de la lectura, por ejemplo. No implica esfuerzo por aprender, ni habilidad para adquirir: no exige inteligencia. Las personas se sientan frente al televisor, no como lectores se ponen frente a un libro —lo que requeriría un esfuerzo—, sino como espectadores, con una actitud totalmente pasiva. Las imágenes se ofrecen sin que el telespectador haga ningún esfuerzo, no requieren capacidad reflexiva o analítica alguna.
Frente al televisor estamos por debajo del estado de alerta normal en una persona. Por otro lado, tener la vista fija produce un estado cercano al trance, como de ensoñación. (Esto ha sido demostrado haciendo mediciones de la actividad eléctrica cerebral.) Por eso es que no filtramos la información y quedamos expuestos a la manipulación.
La acción de los estímulos recibidos desde la pantalla, y las sensaciones por ellos generadas en las áreas más profundas del cerebro, pueden producir estados de euforia o de temor, de alegría o de tristeza, placenteros o depresivos, sin que las personas que los viven sepan por qué se producen. La imagen televisiva entra en la mente de manera subliminal, es decir, sin ser percibida conscientemente.
Efectos sociales y psicológicos
La televisión influye poderosamente sobre los espectadores, configurando su personalidad. Predispone, condiciona, y genera actitudes, conductas, formas de pensar, gustos, costumbres y modas. Por eso es que ejerce su influencia especialmente sobre la cultura infantil y la juvenil. La personalidad de un niño o de un adolescente no se conforma de la misma manera viendo o no televisión.

Sin quererlo, los niños y los jóvenes van adquiriendo la preferencia por una vida hecha. Si se acostumbran a presionar un botón y que todo les llegue terminado, se habitúan a recibir las cosas de segunda mano, sin verse obligados a realizar el esfuerzo de producirlas por ellos mismos. Como consecuencia de esto, se paran ante la vida como lo haría un espectador. Podríamos decir que siempre se cumple esta regla: Más tiempo frente al televisor, menos capacidad de iniciativa.
También está comprobado que, cuando los niños pasan mucho tiempo frente al televisor, se vuelven menos espontáneos y más inestables anímicamente, como si hubieran sufrido la amputación de su capacidad de vivir emociones auténticas y profundas. La televisión atrofia la sensibilidad. Los niños y jóvenes son cada vez menos capaces de entablar relaciones interpersonales cargadas de verdadero afecto.
Hoy somos menos comunicativos que en tiempos pasados. Nunca el hombre ha estado tan informado y de un modo tan rápido, casi inmediato. Pero tampoco ha estado nunca tan incomunicado. La televisión, los video-juegos y las computadoras producen niños y jóvenes aislados del mundo que los rodea, incapaces de comunicarse. La televisión, el más fantástico medio de comunicación social, es también el mayor medio de incomunicación familiar. (No es lo mismo comunicarse que compartir un espacio físico.)
La televisión alienta la propensión al consumo. Estamos amaestrados para el consumo. Los niños llegan a ser leales y entusiastas consumidores de un producto determinado.

Los niños no sólo asedian a sus padres con el fin de consumir determinado producto sino que llegan hasta el extremo enfermizo de decir: «Papá, compráme algo.» No importa qué, pero algo. Las personas ya no se interesan por el producto sino por el acto de consumir.
Hoy, en la Posmodernidad, padecemos una nueva enfermedad: la teleadicción o síndrome de adicción televisiva. Pasar frente al televisor, la computadora o los video-juegos tres horas por día produce una adicción tan fuerte como el consumo del tabaco o las drogas. Hay personas que llegan al punto de depender tanto de la televisión cuanto de los alimentos. Y pierden el contacto directo con la realidad. Lo real pasa a ser lo televisado, no la experiencia personal. Para los adictos a la televisión, las cosas no son verdaderamente reales mientras no las hayan pasado por ese medio. Viven una verdadera esclavitud. Y si se los priva de la televisión, aparecen los síntomas de la abstinencia: la depresión, el aburrimiento, la irascibilidad, la angustia, etc. Estas personas llegan a pensar, a amar, a odiar, a rechazar, a aplaudir, a vestirse y a comportarse según lo que han aprendido por televisión.

No vemos en los patios de las escuelas a nuestros niños un poco más violentos, con conductas violentas reiteradas? Los siguientes datos nos dan una idea clara de la violencia que transmite la televisión: los niños ven cada semana un promedio de 670 homicidios, 15 secuestros, 848 peleas, 420 tiroteos, 8 suicidios, 20 escenas eróticas, 30 casos de tortura y 18 casos de drogadicción. En 18 horas de programación se ven 1846 actos de violencia. Está comprobado que la violencia televisiva contribuye a formar conductas agresivas. Un medio que muestra acciones violentas, las desencadena. La televisión nos anestesia y terminamos tomando como normales actos de pura violencia.

Gracias por comentar;
La televisión se ha convertido en el lugar para que todo aquel que no tiene nada que decir vaya a decirlo allí.