GERARDO125
Bovino maduro
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Hola bakunos les dejo una leyenda de mi ciudad San Cristobal
se las dejo con la narrativa original de Don Prudencio Moscoso famoso Cronista de esta ciudad
Alla por los ultimos años del siglo antepasado, el sacerdote sancristobalense Vicente Maria Correa era canónigo de la iglesia catedral del estado de Chiapas (en ese tiempo San cristobal era la única diócesis) ademas de ser capellán del templo de san francisco.
Muchas veces ocurrió que cuando se encontraba en un ambiente familiar y se sentía "en confianza" este sabio ministro del señor relataba un suceso del que decía invariablemente se sentía muy conmovido al recordarlo.
Como es natural, las anteriores palabras que procedían a su interesante relato, despertaban un profundo interés en sus escasos oyentes.
Entonces comenzaba nuestro personaje su charla, pero no sin antes ver la hora de su reloj de bolsillo y a continuación decir -siempre que vuelvo a referirme a lo que ocurriera procuro hacerlo
cuando todavía es temprano, pues tengo la segura impresión de que si este relato lo hiciera a media noche, no podría después conciliar el sueño
Catedral San Cristobal de las Casas Chiapas
entraba a continuación en materia, expresando que cuando tenia aproximadamente 40 años, vivía en su casa paterna ubicada en la calle real de Guadalupe (hoy en día un andador turístico con múltiples comercios)
luego agregaba que después de tomar una cena ligera, tenia la inveterada costumbre de leer un libro o algún documento manuscrito del archivo eclesiástico. Y que a esa agradable tarea dedicaba unas dos horas, y continuaba diciendo que en una noche de invierno, estaba absorto en una apasionante lectura, y sin notar ninguna corriente de aire, la vela que utilizaba se apago repentinamente. De inmediato tuvo la idea de que alguna ventana había quedado abierta, pero después de revisar todas las ventanas estaban perfectamente cerradas, sin prestar mas atención volvió a la lectura.
Pero después de varios días su indiferencia se convirtió en inquietud, y entonces si quedo definitivamente intrigado y sin saber que pensar, pues lo que le sucedería ya no tenia fácil explicación. Y fue lo siguiente estando enfrascado en una lectura como la vez anterior la vela se apago repentinamente, pero esta vez -como si dos dedos dedos lo hubieran hecho- agregaba el culto sacerdote
Nuevamente transcurrieron varios días sin que ocurriera nada, en los cuales el sacerdote hacia sus lecturas diarias ya con cierto nerviosismo.
Y al continuar su relato sus palabras eran estas -pero una noche... vi que la luz de la vela siempre clara y suficiente, se venia haciendo mas y mas débil e iba tomando un color amarillento. La primera idea que se me vino a la mente fue que quizá lo que estaba pasando era que ya tenia yo los ojos fatigados. entonces los cerré frotándomelos suavemente, pero la llama de la vela continuaba haciéndose menor y aun mas amarillenta-
Y precisamente en ese instante, seguía diciendo el padre Correa, se dio cuenta de que estaba a su lado un hombre de pequeña estatura pero de cabeza muy grande.
Este extraño ser tomo con la mano derecha la vela, que parecía iba a apagarse de un momento a otro, y sin decir una sola palabra se dirigió al dormitorio del Sacerdote. Dejo cuidadosamente la vela sobre el burò y acto continuo, regresando al lugar donde se encontraba el anonadado canónigo , y cuando ya estaba a poca distancia, agitando las manos lo invitaba claramente a que lo siguiera.
-En tales instantes- agregaba nuestro sacerdote, -perdí totalmente mi voluntad y aunque con muchísimo miedo a lo desconocido, sintiendo que me flaqueaban las piernas y fuertes escalofríos en la espalda, seguí al extraño y raro ser que me estaba llamando insistentemente-
-Cuando entre en el cuarto dormitorio, me dijo estas palabras, desde luego que en voz baja pero perfectamente clara- -"Quiero confesión"-
-Al oír la petición que me estaba haciendo, sacando fuerzas de flaqueza de inmediato comencé a rezar en voz alta. Al terminar mis oraciones le exprese que me dijera sus pecados y al concluir la confesión le indique la penitencia que le correspondía-
-Pasaron unos segundos mas y sin haberme dado cuenta ni oído el mas leve rumor, me percate de que estaba solo, pues no pude percibir en que instante y para siempre se había ausentado aquel ser tan extraño y que volviera de ultratumba para confesarse con un ministro del señor.
Templo de San Fransisco
Calle Real de Guadalupe Hoy andador Guadalupano
se las dejo con la narrativa original de Don Prudencio Moscoso famoso Cronista de esta ciudad
La Confesión de un difunto
Alla por los ultimos años del siglo antepasado, el sacerdote sancristobalense Vicente Maria Correa era canónigo de la iglesia catedral del estado de Chiapas (en ese tiempo San cristobal era la única diócesis) ademas de ser capellán del templo de san francisco.
Muchas veces ocurrió que cuando se encontraba en un ambiente familiar y se sentía "en confianza" este sabio ministro del señor relataba un suceso del que decía invariablemente se sentía muy conmovido al recordarlo.
Como es natural, las anteriores palabras que procedían a su interesante relato, despertaban un profundo interés en sus escasos oyentes.
Entonces comenzaba nuestro personaje su charla, pero no sin antes ver la hora de su reloj de bolsillo y a continuación decir -siempre que vuelvo a referirme a lo que ocurriera procuro hacerlo
cuando todavía es temprano, pues tengo la segura impresión de que si este relato lo hiciera a media noche, no podría después conciliar el sueño

entraba a continuación en materia, expresando que cuando tenia aproximadamente 40 años, vivía en su casa paterna ubicada en la calle real de Guadalupe (hoy en día un andador turístico con múltiples comercios)
luego agregaba que después de tomar una cena ligera, tenia la inveterada costumbre de leer un libro o algún documento manuscrito del archivo eclesiástico. Y que a esa agradable tarea dedicaba unas dos horas, y continuaba diciendo que en una noche de invierno, estaba absorto en una apasionante lectura, y sin notar ninguna corriente de aire, la vela que utilizaba se apago repentinamente. De inmediato tuvo la idea de que alguna ventana había quedado abierta, pero después de revisar todas las ventanas estaban perfectamente cerradas, sin prestar mas atención volvió a la lectura.
Pero después de varios días su indiferencia se convirtió en inquietud, y entonces si quedo definitivamente intrigado y sin saber que pensar, pues lo que le sucedería ya no tenia fácil explicación. Y fue lo siguiente estando enfrascado en una lectura como la vez anterior la vela se apago repentinamente, pero esta vez -como si dos dedos dedos lo hubieran hecho- agregaba el culto sacerdote
Nuevamente transcurrieron varios días sin que ocurriera nada, en los cuales el sacerdote hacia sus lecturas diarias ya con cierto nerviosismo.
Y al continuar su relato sus palabras eran estas -pero una noche... vi que la luz de la vela siempre clara y suficiente, se venia haciendo mas y mas débil e iba tomando un color amarillento. La primera idea que se me vino a la mente fue que quizá lo que estaba pasando era que ya tenia yo los ojos fatigados. entonces los cerré frotándomelos suavemente, pero la llama de la vela continuaba haciéndose menor y aun mas amarillenta-
Y precisamente en ese instante, seguía diciendo el padre Correa, se dio cuenta de que estaba a su lado un hombre de pequeña estatura pero de cabeza muy grande.
Este extraño ser tomo con la mano derecha la vela, que parecía iba a apagarse de un momento a otro, y sin decir una sola palabra se dirigió al dormitorio del Sacerdote. Dejo cuidadosamente la vela sobre el burò y acto continuo, regresando al lugar donde se encontraba el anonadado canónigo , y cuando ya estaba a poca distancia, agitando las manos lo invitaba claramente a que lo siguiera.
-En tales instantes- agregaba nuestro sacerdote, -perdí totalmente mi voluntad y aunque con muchísimo miedo a lo desconocido, sintiendo que me flaqueaban las piernas y fuertes escalofríos en la espalda, seguí al extraño y raro ser que me estaba llamando insistentemente-
-Cuando entre en el cuarto dormitorio, me dijo estas palabras, desde luego que en voz baja pero perfectamente clara- -"Quiero confesión"-
-Al oír la petición que me estaba haciendo, sacando fuerzas de flaqueza de inmediato comencé a rezar en voz alta. Al terminar mis oraciones le exprese que me dijera sus pecados y al concluir la confesión le indique la penitencia que le correspondía-
-Pasaron unos segundos mas y sin haberme dado cuenta ni oído el mas leve rumor, me percate de que estaba solo, pues no pude percibir en que instante y para siempre se había ausentado aquel ser tan extraño y que volviera de ultratumba para confesarse con un ministro del señor.


Calle Real de Guadalupe Hoy andador Guadalupano