Joker
Moderador risitas
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Lo más triste no es saber esto, sino darnos cuenta de la certeza de que el capital va ganando. Si bien, lo ponen en evidencia, al final, termina aislando a esos valientes que terminan denunciando para protegernos a todos de enfermedades terribles, porque si hay algo que no tiene precio, es la dignidad de los valientes.
Otros linchamientos de especialistas
Brillantes carreras de biólogos, químicos o veterinarios en distintas partes del mundo han sido destruidas en el choque de intereses entre el conocimiento sobre cómo actúa la biogenética en la naturaleza y la salud humana y la urgencia de las empresas por obtener utilidades. En el documental El mundo según Monsanto, realizado por la periodista francesa Marie Monique Robin, y en el libro Seeds of deception (Las semillas del engaño), de Jeffrey M. Smith, se documentan algunos de esos linchamienos contra hombres y mujeres de ciencia.
En 1993 el veterinario Richard Burroughs trabajaba de supervisor de ganado bovino y productos lácteos en la oficina responsable de la seguridad de alimentos y medicinas en Estados Unidos. Revisando las pruebas realizadas entonces sobre los efectos en las vacas inyectadas con la famosa hormona de crecimiento Posilac, que fabricaba Monsanto, descubrió que había un considerable faltante de documentos y que los datos que sustentaban la viabilidad de la droga estaban manipulados. Burroughs alertó a sus superiores. La información llegó a la opinión pública. Su despido fue fulminante y pasó varios años de su vida defendiéndose del acoso judicial.
Monsanto, dueña de la patente de la hormona del crecimiento bovino, asegura que ésta es segura y benéfica para la industria lechera. Sin embargo, en 1998, el médico Samuel Epstein, directivo de la Coalición contra el Cáncer, recibió en su estudio una serie de cajas que contenían documentos originales de estudios realizados a lo largo de seis años por la propia Monsanto sobre los efectos de la vacuna milagrosa. Luego de un exhaustivo estudio, Epstein concluye que la vacuna provoca un crecimiento dramático de los ovarios de las vacas, problemas reproductivos y mastitis, infección en la ubre que transmite pus a la leche, que además contiene altas concentraciones de antibióticos.
Con estos datos en la mano, tres científicos que trabajaban en el gobierno federal de Canadá –Margaret Haydon, Gerard Lambert y Shiv Chopra– llevaron a tribunales en Ottawa una demanda exigiendo que se prohibiera el uso de esta hormona en el ganado. En el juicio, Haydon demostró que Monsanto le había ofrecido entre un millón y dos millones de dólares por modificar su postura. Los científicos ganaron el caso y la vacuna fue prohibida en Canadá (también está vetada en la Unión Europea), pero los tres demandantes fueron cesados de inmediato por desobediencia.
En 1998 se registró otro caso. Arpad Pusztai, biólogo del Instituto Rowett de Aberdeen, Escocia, recibió el encargo de las autoridades escocesas de investigar los posibles efectos en la salud de la papa transgénica. Concluyó que el gen galanthus, insertado en ésta, podría contener un agente coadyuvante en el desarrollo de tumores cancerosos. Su gobierno le autorizó conceder una entrevista a la BBC, en la cual declaró que era injusto que se use a ciudadanos como conejillos de Indias. Eso fue un lunes. El jueves, él y todo su equipo estaban despedidos, sus carreras en ruinas. Pero su conocimiento, finalmente, fue reivindicado con la publicación de su estudio en la principal revista de conocimientos médicos, The Lancet.
Otros linchamientos de especialistas
Brillantes carreras de biólogos, químicos o veterinarios en distintas partes del mundo han sido destruidas en el choque de intereses entre el conocimiento sobre cómo actúa la biogenética en la naturaleza y la salud humana y la urgencia de las empresas por obtener utilidades. En el documental El mundo según Monsanto, realizado por la periodista francesa Marie Monique Robin, y en el libro Seeds of deception (Las semillas del engaño), de Jeffrey M. Smith, se documentan algunos de esos linchamienos contra hombres y mujeres de ciencia.
En 1993 el veterinario Richard Burroughs trabajaba de supervisor de ganado bovino y productos lácteos en la oficina responsable de la seguridad de alimentos y medicinas en Estados Unidos. Revisando las pruebas realizadas entonces sobre los efectos en las vacas inyectadas con la famosa hormona de crecimiento Posilac, que fabricaba Monsanto, descubrió que había un considerable faltante de documentos y que los datos que sustentaban la viabilidad de la droga estaban manipulados. Burroughs alertó a sus superiores. La información llegó a la opinión pública. Su despido fue fulminante y pasó varios años de su vida defendiéndose del acoso judicial.
Monsanto, dueña de la patente de la hormona del crecimiento bovino, asegura que ésta es segura y benéfica para la industria lechera. Sin embargo, en 1998, el médico Samuel Epstein, directivo de la Coalición contra el Cáncer, recibió en su estudio una serie de cajas que contenían documentos originales de estudios realizados a lo largo de seis años por la propia Monsanto sobre los efectos de la vacuna milagrosa. Luego de un exhaustivo estudio, Epstein concluye que la vacuna provoca un crecimiento dramático de los ovarios de las vacas, problemas reproductivos y mastitis, infección en la ubre que transmite pus a la leche, que además contiene altas concentraciones de antibióticos.
Con estos datos en la mano, tres científicos que trabajaban en el gobierno federal de Canadá –Margaret Haydon, Gerard Lambert y Shiv Chopra– llevaron a tribunales en Ottawa una demanda exigiendo que se prohibiera el uso de esta hormona en el ganado. En el juicio, Haydon demostró que Monsanto le había ofrecido entre un millón y dos millones de dólares por modificar su postura. Los científicos ganaron el caso y la vacuna fue prohibida en Canadá (también está vetada en la Unión Europea), pero los tres demandantes fueron cesados de inmediato por desobediencia.
En 1998 se registró otro caso. Arpad Pusztai, biólogo del Instituto Rowett de Aberdeen, Escocia, recibió el encargo de las autoridades escocesas de investigar los posibles efectos en la salud de la papa transgénica. Concluyó que el gen galanthus, insertado en ésta, podría contener un agente coadyuvante en el desarrollo de tumores cancerosos. Su gobierno le autorizó conceder una entrevista a la BBC, en la cual declaró que era injusto que se use a ciudadanos como conejillos de Indias. Eso fue un lunes. El jueves, él y todo su equipo estaban despedidos, sus carreras en ruinas. Pero su conocimiento, finalmente, fue reivindicado con la publicación de su estudio en la principal revista de conocimientos médicos, The Lancet.

), de hacerse más millonario de lo que ya se es en virtud de explotar irracionalmente los resultados, sin más interé$ que el de acumular y acumular riqueza, etc. Esos desgraciados que sólo ven el signo de $$$$ tras cualquier actividad (que no sólo la de desarrollos tecnológicos). Pero la lamentable realidad es que SIN DINERO NO HAY INVESTIGACION DE PUNTA O AVANZADA. Alguien (estado y/o iniciativa privada) DEBE sufragar los gastos necesarios para realizar investigación. Incluso en la actual Rusia la iniciativa privada financia la parte pesada del desarrollo tecnológico. Sólo en paises taels como Irán, Corea del Norte, Cuba, no existe la participación de la iniciativa privada en ese rubro. Y los resultados son más que visibles. Es claro que esa no es la solución. Para mala fortuna la solución pasa por un marco regulatorio cuyo costo ningún político, en ninguna parte del mundo, está dispuesto a asumir (véase el impasse en que está sumido actualmente el protocolo de Kioto, por ejemplo). Así entonces, tendremos que seguir aceptando que los grandes capitales sufraguen la investigación y... esperar que al menos el sentido común (ya no digamos la ética o el respeto por nuestro planeta) permita que esto no sea una catástrofe. Parafraseando a alguien que seguramente muchos del foro recordarán, diría que, en este asunto, "la solución somos todos" (y esta vez sí que aplica TEXTUALMENTE).